La noche había sido fría, y el suelo mojado dejaba ver que la lluvia había caído durante toda la noche. La señora Middleton se levantó de la cama y después de asearse se dirigió a la cocina para desayunar. Siempre hacía la misma rutina, no podía calentar el café si antes no habría las persianas de toda la casa. Siempre empezaba por su cuarto, pero aquella mañana abrió primero la persiana de la cocina. De repente un gato negro se posó en el borde la ventana asustando a la pobre mujer. Un escalofrío que duró un segundo recorrió su cuerpo. El animal fijó sus ojos en la mujer y a continuación saltó de la ventana.
Apenas pasó aquello la buena mujer pensó que era una tontería asaltarse por aquel suceso, había visto ese gato cientos de veces en el patio que estaba enfrente de esa ventana, y además la superstición no era algo de lo que la vieja Sra. Middleton debiera preocuparse. Nunca había sido supersticiosa, y pensaba que ya muy tarde para esos cuentos.